Toda mi vida he vivido con el conocimiento del peligro a flor de piel, con el tiempo encima esperando saltar de detrás de uno e incrustarse en lo más profundo del dolor. Hijo de padre federal de caminos, siempre supe que era una profesión que jamás correría por mis venas. Veintitantos años jugando a ser el policía bueno, cargando y limpiando las pistolas de papá antes de que se fuera a trabajar, usando el quepí que daba cierto grado de envergadura ante los demás niños de la cuadra. Pero cada que mamá gritaba para meternos a bañar porque al otro día teníamos que ir a la escuela, sabía que el riesgo terminaba antes de cenar e irme a dormir. (Desaparecía por arte de magia)
Ahora, después de que los años pasan y la inocencia se vuelve un poco más madura, el juego de niños se vuelve más real. Las balas de aire que soltábamos, las persecuciones en bici, la muerte onírica de nuestros compañeros caídos; se sienten en cada uno de los inocentes que se atraviesan en el lugar menos indicado, en las calles-testigo de llantas quemando el pavimento, en el familiar de alguien que desgraciadamente le tocó el boleto premiado. Este día el juego nos ha alcanzado y es inevitable tener que vivirlo.
Hay rumores que flotan en el aire esperando que alguien tenga el valor de atraparlo. Hacerlo suyo. Envalentarse y decir que alguien ha muerto o que a ellos les tocó ver cómo los buenos le disparaban a los malos. Los rumores suelen ser como el momento en que una novia va a lanzar el ramo y lo único que hace es tener en ascuas a las solteras que son capaces de golpear, o para estar a tono, de matar por conseguir una prueba más que las alivie de quedarse solas. Los rumores son rumores y no precisamente de la canción del vena´o.
Otros, se encargan de buscar culpables para aliviar su conciencia. Echar culpas a los que están en escena y pueden ser apedreados como en tiempos de Cristo. Sociedad, políticos, iglesia, todos se vuelven uno mismo para disimular que nada pasa, que el apocalipsis es un cuento que pusieron en la biblia para espantar a la gente, sin saber que el día de hoy ese cuento se convertiría en todo lo que nos hemos convertido: seres automatizados sin cognición ni capacidad de sorpresa. ¿Quién es el culpable de todo lo que en nuestro país está pasando: el pri, el pan, Calderón, los Moreira (aquí se coloca a la figura gubernamental de cada estado donde gobierne cualquier otro partido que no sea el pan), el peje (como mera estrategia por recuperar el poder robado), Salinas de Gortari, Fernández de Cevallos, nosotros, tú, yo?
Estoy casi seguro que si en este momento me paro en la plaza pública de sus ciudades y me pongo a gritar: MIERDA, PUTO, CHINGUEN A SU MADRE, OJETE, entre otras floridas palabras de nuestro diccionario de la Real Academia de la Lengua, vendrán dosquetres policías y me arrestarán como si hubiera cometido el peor delito que jamás existiera (en su caso, no publicarán este texto porque es ofensivo a los lectores). ¿Acaso no les enseñan, en las academias de la policía, que MIERDA es solamente un excremento o una suciedad o una cosa de poca calidad; que PUTO significa una persona que ejerce la prostitución o que obra con malicia y doblez; que CHINGUEN A SU MADRE es el saludo más antiguo que los mexicanos conocemos; que OJETE sólo es una especie de ojal redondo usado como adorno? ¿Acaso tú no te ofenderías porque estoy gritando MIERDAPUTOCHINGUENASUMADREOJETE frente a toda tu familia? Claro que te ofenderías, hasta querrás lincharme en ese mismo momento por andar vociferando obscenidades. Pero ¿tú has hecho algo para que este juego de buenos contra malos termine? ¿Has tenido el valor de levantar tu voz y reclamar una injusticia que viste en tu trabajo? Porque sí es así, entonces te evito que sigas leyendo este texto —aunque ya sea el final— y pedirte una disculpa por hacerte perder el tiempo.